Hace un par de días se le cayó su primer diente a mi sobrino mayor y
pensé en la tradición del Ratón Pérez que para muchos es la del Hada de los
dientes. En sus inicios la idea
primordial de esta tradición era disminuir la ansiedad y tristeza que podía causarles
a los niños la pérdida del diente, sin embargo, he visto que la mayoría de los
niños añoran que se les caiga, algunos porque saben que el ratón o el hada les
dará plata a cambio del diente, o porque simplemente es la moda de la edad y
puede resultar divertido por ejemplo comer espaguetis.
No hay que olvidar que también se celebra el diente cuando sale por
primera vez. La costumbre que conozco es
que aquella persona que le ve por primera vez al niño el diente naciendo debe
hacer un arroz con leche como recordatorio y compartirlo con los más
allegados. Y como éstas, hay muchas otras costumbres para
conmemorar algún acontecimiento de la vida.
Pero es curioso, muchas veces nos quedamos en los momentos de la
infancia, ¿y es que acaso no crecemos?
Bien es cierto que las etapas primeras de la vida son más cortas y que
por eso hay que disfrutar lo mínimo de cada una de ellas, y también es cierto que
un bebé con tan sólo una sonrisa o un niño con sus ocurrencias pueden
alegrarnos el día. Sin embargo, yo creo
que la razón de nuestras alegrías se basa en las ilusiones que tenemos en las
cosas que vivimos.
La ilusión no es más que la esperanza que ponemos en algo positivo, como
un sueño o un proyecto. Nos ilusionamos
cuando nos enamoramos y soñamos en un futuro con esa persona especial, cuando
se va concretando ese futuro al casarnos y esperar un hijo, cuando estamos por
conseguir un mejor trabajo o mejor salario, y así en cada ciclo de la vida, en
muchos momentos experimentamos ilusiones propias o ajenas, pero, y en los días
que no se da un acontecimiento especial, ¿dónde queda la ilusión? Al despertarnos y darnos cuenta que se nos ha
concedido al menos por un día más la oportunidad de vivir, debe ser motivo de
alegría e ilusión.
Igual funciona nuestra vida de fe, celebramos cuando hay un Bautizo, una
Primera Comunión o una Confirmación, un Matrimonio o una Ordenación Sacerdotal,
y hasta cuando alguien fallece, celebramos con esperanza. Celebramos la Natividad del Señor, y recientemente
su Pascua, la cual debemos celebrar todos los días, el ser partícipes de su amor
y de su entrega, celebrar que se quedó con nosotros en la Eucaristía, y que
todo lo que tenemos a nuestro alrededor es un regalo de Él, celebrar que
podemos profesar nuestra fe con libertad cuando hay muchos que no pueden.
Es normal que la pérdida de algunas cosas nos provoquen ansiedad y
tristeza, pero a diferencia de una simple historia de niños, Dios existe y
cuando sentimos que no podemos seguir, cabizbajos por lo que hemos perdido, al
sentir que ni levantarnos de la cama podemos, Dios siempre nos dará algo en
recompensa o más bien algo nos ayude a continuar, algo que con seguridad será
mejor que una moneda debajo de la almohada.
Hay que recordar siempre que no tiene que ser un día en específico, ni
un mes ni mucho menos un año para que lo consideremos especial, todo día es
especial, cada día es maravilloso, cada día es una oportunidad. Nazca o se caiga el primer diente, no
importa, cualquier día es bueno para un Arroz con leche para el Ratón Pérez y
el Hada de los dientes.
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