Es extraño volver a
escribir después de tantos meses, el intentar poner orden de las cosas en mi
cabeza, me resulta un poco difícil. Sin embargo, me entusiasma el poder
plasmar y compartir un poco de lo que pienso y siento.
Diariamente nos
desenvolvemos en varios ámbitos y nos relacionamos con distintos tipos de
personas, y muchas veces nos mostramos diferentes ante cada uno de ellos, ya
sea por confianza o simplemente porque nuestro estado anímico en un momento
determinado es no es igual al que tenemos en otro instante.
Algunas veces nos mostramos
felices y con actitud positiva, en otras ocasiones nos invade la tristeza o el
dolor, muchas veces reflejamos molestia e irritabilidad, en fin, mostramos
máscaras, a menudo, sin darnos cuenta, simplemente porque no deseamos
mostrarle a los demás nuestros verdaderos sentimientos y deseos, o porque no
queremos aceptar la realidad que vivimos.
Por lo general, resulta
fácil engañarnos y engañar a los demás, y fingir hasta a veces puede resultar
natural. Sin embargo, hay alguien a quien no podemos engañar y ese
alguien es Dios. Él conoce absolutamente todo de nuestras vidas, desde
antes que viniéramos a este mundo Él nos conocía y sabía lo que sucedería en
cada instante de nuestro caminar en la tierra.
Cuando pienso en esto, en
realidad experimento alivio y satisfacción, ya que significa que si en alguna
ocasión mostrar mis sentimientos me resultara sumamente extenuante, puedo
contar con que Dios sabe lo que mi corazón está sintiendo, me comprende y me
acompaña.
Sólo Dios sabe que esta
Navidad fue la más dolorosa de mi vida, en cuanto al dolor físico se refiere,
la más limitada en cuanto a las cosas que quería hacer pero no podía, pero a la
vez más feliz y llena de esperanza. Tal vez se pueda decir que es de
esperarse que así fuera mi experiencia debido a el nacimiento de mi bebé y todo
lo que esto involucra, sin embargo, el nivel de lo que sentí, que tal vez ni yo
misma puedo describir con precisión, es lo que sólo Dios conoce, y a la
perfección.
Sólo Dios sabe mi vivencia
de Año Nuevo, y es que aunque se lo haya contado a mi esposo, a mi madre y a mi
hermana, o me hayan visto algunas personas en la sala en la que me encontraba,
el único que fue testigo real fue Él. Sólo Dios sabe cómo sentí
desplomarse mi mundo al escuchar horas antes de terminar el año, que debía
regresar al hospital con mi bebé para que lo pusieran en luz
ultravioleta. Sólo Dios sabe lo que mi corazón de madre sufría al
desconocer la estabilidad de la salud de mi bebé. Sólo Dios sabe que lo
único que yo deseaba al darse las doce de la noche era sostener la mano de mi
bebé y pedir por un futuro junto a él. Sólo Dios sabe lo que prometí, lo
que lloré por fuera y por dentro, lo que le pedí desde los más hondo de mi
corazón. Sólo Dios sabe el dolor físico y el cansancio al que estaba
sometida en ese instante. Sólo Dios sabe que fue el día más triste vivido
hasta el momento.
Bueno, es de suponer que
ahora al leer estas líneas también saben todo esto, sin embargo, mis palabras
no lo podrán contar con exactitud jamás. Y esto sólo es un día de mi
vida, muchas otras situaciones a lo largo de mi historia sólo Dios ha de
conocer. De igual forma, cada persona ha de tener muchas vivencias del
conocimiento exclusivo de Dios.
Esto es una realidad
inevitable, por más que deseemos huir de ella. Entonces, ¿por qué nos
esforzamos tanto en querer hacerle ver a Dios que nada ocurre con nosotros?
¿Por qué nos cuenta tanto aceptar que Dios es el dueño de nuestra vida y de
todo lo que ella contiene? ¿Por qué no queremos aceptar que Dios es y
siempre será parte de nuestras vidas sólo por ser nuestro creador? Insisto,
saber que Él lo conoce todo es más gratificante de lo que muchas veces pensamos.
Dios sabe lo muy agradecida
que estoy con aquellas personas que estuvieron pendientes de mí durante mi
embarazo y al nacer mi bebé; Dios sabe también lo sola que me sentí en
ocasiones, con ansias de que aunque sea una persona me preguntara cómo estaba;
Dios sabe que al publicar una foto o comentario en las redes sociales era
porque ya tenía más tranquilidad en mi corazón de que las cosas marcharían
positivamente. Sólo Dios sabe que yo sé que Él lo conoce todo y sabe lo
feliz me siento de tenerlo en mi vida y de poder contar con Él.
¡Qué maravilloso es Dios!,
tan perfecto, tan falto de nada y poniendo atención a nuestras limitadas vidas,
animándonos y consolándonos de las maneras menos pensadas. Nos queda
agradecerle todo lo que somos y todo lo que tenemos, todo lo que pensamos, todo
lo que podemos hacer, y también todo lo que no, y no dudar que Él todo lo sabe,
todo lo ve y todo lo oye y siempre está junto a nosotros.
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