domingo, 29 de marzo de 2015

Una tristeza mortal

Dicen que la palabra de Dios siempre nos toca de una manera especial en distintos momentos de nuestras vidas.  Podemos leer un pasaje una y otra vez, y es probable que siempre encontremos una respuesta distinta a nuestras inquietudes.  Toda mi vida he asistido a misa de Domingo de Ramos, donde leemos la pasión y muerte de nuestro Señor según San Mateo, sin embargo, puedo asegurar a pesar de tantas veces haber escuchado este pasaje bíblico, no fue sino hasta hoy que realmente escuché la frase "tengo una tristeza mortal", en la cual, no he dejado de pensar.

La tristeza es un sentimiento de melancolía que provoca la caída del estado de ánimo, la alegría e ilusión por las cosas.  Entre los causantes más comunes de la tristeza están la separación física o psicológica, la pérdida o el fracaso, la decepción, entre otras.  Pero, ¿cuál era la importancia para Jesús el  manifestar a sus discípulos la aflicción tan aguda que estaba experimentando?

Así como fue tentado en el desierto, habiendo podido demostrar su divinidad, Jesús aceptó y cumplió con la voluntad del Padre.  Jesús tenía que demostrar su humanidad, tenía que experimentar como todo hombre, temores, tristezas y agonías.  Él tuvo que privarse de toda alegría y toda suerte y tomar voluntariamente la tristeza, la cual dio principio a su pasión.

Era natural que se atemorizara porque era consciente de todo lo que tenía que sufrir y podríamos decir, que su tristeza era de muerte porque hacia la muerte se encaminaba, sin embargo, la profundidad de su sentir iba más allá de lo que cualquier hombre podría experimentar.  La pasión y muerte de Jesús fue por amarnos incondicionalmente y por querer vernos salvos.

Jesús sentía tristeza porque conocía lo más íntimo de nosotros, sabía cada uno de nuestros pecados y tibiezas, también veía todas nuestras ingratitudes, nuestros momentos de ceguedad y dureza, Él sabía lo poco que muchas veces valoramos su entrega de amor.  Además, sabía por qué dificultades pasarían sus discípulos y todos sus seguidores a lo largo de los tiempos, las persecuciones y humillaciones que iban a tener; y también dolor era tan grande porque sabía la gran aflicción que su madre tendría.  

Su alma sufría y sigue sufriendo cada vez que le negamos, que le olvidamos, que no le acompañamos. Él sabía que el sufrimiento del cuerpo sería pasajero, pero que su corazón y su alma estarían inundados de dolor.  En esta Semana Santa que inicia hoy, nuestra tarea es sencilla, es acompañarlo y velar junto a él en oración, es mirar lo que padeció y meditar ante su cruz, es ser testigos de su gloria y vivir siendo reflejo de ella, es tratar de quitarle un poquito de esa tristeza, es demostrarle que su entrega valió la pena y que agradecemos su gran amor.

A continuación les dejo unas canciones, tal vez ya conocidas, pero que en lo personal me ayudan mucho en la tarea encomendada.


En mi Getsemaní - Eduardo Meana


Nadie te ama como yo - Martin Valverde



Dime - Alfareros


Toma mis lágrimas - Misioneros Servidores de la Palabra



Señor Tú me conoces - Metanoia

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