Dicen que la palabra de Dios siempre
nos toca de una manera especial en distintos momentos de nuestras vidas.
Podemos leer un pasaje una y otra vez, y es probable que siempre
encontremos una respuesta distinta a nuestras inquietudes. Toda mi vida
he asistido a misa de Domingo de Ramos, donde leemos la pasión y muerte de
nuestro Señor según San Mateo, sin embargo, puedo asegurar a pesar de tantas
veces haber escuchado este pasaje bíblico, no fue sino hasta hoy que realmente
escuché la frase "tengo una tristeza mortal", en la cual, no he
dejado de pensar.
La tristeza es un sentimiento de
melancolía que provoca la caída del estado de ánimo, la alegría e ilusión por
las cosas. Entre los causantes más comunes de la tristeza están la
separación física o psicológica, la pérdida o el fracaso, la decepción, entre
otras. Pero, ¿cuál era la importancia para Jesús el manifestar a
sus discípulos la aflicción tan aguda que estaba experimentando?
Así como fue tentado en el desierto,
habiendo podido demostrar su divinidad, Jesús aceptó y cumplió con la voluntad
del Padre. Jesús tenía que demostrar su humanidad, tenía que experimentar
como todo hombre, temores, tristezas y agonías. Él tuvo que privarse de
toda alegría y toda suerte y tomar voluntariamente la tristeza, la cual dio principio
a su pasión.
Era natural que se atemorizara porque
era consciente de todo lo que tenía que sufrir y podríamos decir, que su
tristeza era de muerte porque hacia la muerte se encaminaba, sin embargo, la
profundidad de su sentir iba más allá de lo que cualquier hombre podría
experimentar. La pasión y muerte de Jesús fue por amarnos
incondicionalmente y por querer vernos salvos.
Jesús sentía tristeza porque conocía lo
más íntimo de nosotros, sabía cada uno de nuestros pecados y tibiezas, también
veía todas nuestras ingratitudes, nuestros momentos de ceguedad y dureza, Él
sabía lo poco que muchas veces valoramos su entrega de amor. Además,
sabía por qué dificultades pasarían sus discípulos y todos sus seguidores a lo
largo de los tiempos, las persecuciones y humillaciones que iban a tener; y
también dolor era tan grande porque sabía la gran aflicción que su madre
tendría.
Su alma sufría y sigue sufriendo cada
vez que le negamos, que le olvidamos, que no le acompañamos. Él sabía que el
sufrimiento del cuerpo sería pasajero, pero que su corazón y su alma estarían
inundados de dolor. En esta Semana Santa que inicia hoy, nuestra tarea es
sencilla, es acompañarlo y velar junto a él en oración, es mirar lo que padeció
y meditar ante su cruz, es ser testigos de su gloria y vivir siendo reflejo de
ella, es tratar de quitarle un poquito de esa tristeza, es demostrarle que su
entrega valió la pena y que agradecemos su gran amor.
A continuación les dejo unas canciones, tal vez ya conocidas, pero que en lo personal me ayudan mucho en la tarea encomendada.
A continuación les dejo unas canciones, tal vez ya conocidas, pero que en lo personal me ayudan mucho en la tarea encomendada.
En mi Getsemaní - Eduardo Meana
Nadie te ama como yo - Martin Valverde
Dime - Alfareros
Toma mis lágrimas - Misioneros Servidores de la Palabra
Señor Tú me conoces - Metanoia
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