Hoy la Iglesia católica celebra a Santo Tomás, uno de los apóstoles de Jesús, conocido también por su
incredulidad ante el anuncio de las mujeres y los discípulos de haber visto al
maestro resucitado. Tomás expresó lo que pensaba. Su duda no se
basaba en falta de amor por Jesús, todo lo contrario, diría yo que su amor era
tal que hasta su vida por Él dio. Sin embargo, Tomás consideraba que ante
la tristeza, aflicción e histeria ocasionada por la pérdida, la reacción de la
gente, como todo ser humano, podía ser producto de su imaginación y su deseo inconsciente de tenerlo de vuelta.
Muchos de nosotros
resultamos ser como este Santo en distintos momentos de nuestras vidas, donde la
razón dictamina lo que es verdadero o no. Pero, ¿acaso no hay cabida para
la duda? Me atrevo a decir que es todo lo contrario. Al dudar,
nuestra mente piensa, analiza, trata de comprender y en esa búsqueda maduramos.
En el caso de la fe, como la de Tomás, ésta madura en base a las
experiencias que cada uno vive.
Hablando en general,
muchos llegan a creer en las coas por simple ola colectiva, porque en
definitiva es más fácil creer en lo que el resto de la gente considera que es,
en vez de levantar la voz. Además, de esta manera se evita quedar como un
loco en la sociedad. Tristemente, no entendemos que para manifestarle al
mundo nuestra diferencia de pensamiento, no basta con decir, "Yo siento
que es así", "A mi me gusta más así", "Debe ser así",
etc., ya que es esencial el poder sustentar con bases reales, aquello que
estamos proclamando. Y es que existen leyes en la vida, que por más
vueltas que le demos y por más contras que tratemos de encontrarles, son
inmutables.
El derecho a dudar y
pensar diferente es innegable, pero, ¡qué triste sería vivir toda la vida
sumergidos en una nube de desconfianza, de falta de luz y de esperanza!
¿Por qué desgastarnos en llevar siempre la contraria?, ¿por qué es tan
difícil comprender lo qué Jesús le reveló a Santo Tomás, que Él es el camino,
la verdad y la vida?, y más aún, ¿por qué tener tanto miedo a equivocarnos y
aceptar nuestras fallas? He aquí la clave en todo esto.
Como seres
imperfectos que somos estamos sujetos a titubear, a tropezar, a pecar, pero
nuestra fortuna es inmensa, ya que tenemos un Dios misericordioso que nos ha de
recibir con los abrazos abiertos y nos ha de brindar su perdón. El dudar
es como necesitar lentes, que muchas veces no lo sabemos, porque nos negamos a
aceptar que puede haber algo mal en nosotros, porque nos es difícil el tan sólo
pensar que al tener gafas, algo diferente en nosotros habrá. Pero qué
alivio y que alegría da al ir al médico y recibir nuestros lentes nuevos y
ver todo con mayor claridad. Nuestro médico de la fe es Dios, quién es el
único que conoce la receta perfecta a nuestros problemas.
¡Dichosos aquellos
que creen sin haber visto!, sí, pero dichoso también aquellos que luego de la
duda son capaces de reconocer con el corazón encendido que en Dios lo tenemos
todo, en aceptarlo como nuestro salvador y dueño, en proclamarle sin miedo al
mundo entero sus enseñanzas, en ser testimonio de su infinita misericordia y su
amor, en ser capaz de verdaderamente creer y decir con fuerza: "Señor mío
y Dios mío".
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